martes, 26 de marzo de 2019

CORONAS




De todos es sabido que el poder lo desea hasta el más desdichado, ¡pobre de él! Y con mayor razón si este conlleva una corona sobre la cabeza, cuánto más pesada mejor, ¡qué tontura!
En particular nuestro protagonista, que bien podría haber sido el que inspiró con su nombre y formas al ilustre Cervantes, para crear al escudero más famoso de nuestra historia, nunca pensó, a pesar de su linaje, que pudiera heredar el reino de su padre, Ramiro II de León. ¡Tenía complejo de hijo olvidado! Para qué lo vamos a negar.
Comenzaré contando sus desventuras, que no fueron por la Mancha, sino por la ancha España, por el principio ¡cómo no!  Pero dejadme que me sirva de unos pocos cuentos para hacerlo, os aseguro que será más divertido, al menos para vosotros.
Nacido en tierras Leonesas, aún sin león heráldico, poco las vio y menos las piso. Su crianza desde infante le fue concedida, por reveses de la vida, ¡vete tú a saber! A Sancha, la hermana de su madre; fea, coja, muda y un poco testadura. Ambas procedían de Pamplona, pero casaron con hombres súper enfrentados, entre sí, por sus intereses. ¡Qué mal rollito! ¿No?
Así que creció en Burgos, ciudad dominada por Fernán González, el acérrimo enemigo de su progenitor. ¿Qué iba a ser de su persona? Iban tenerlo de criado ceniciento del castillo de por vida o lo esconderían en el más alto torreón para que nadie pudiera salvarlo. ¡Pues no! Lo alimentaron con dulces, codornices y carneros, al modo de la bruja pastelera, todo lo grasiento se le reservaba. Hasta convertirlo en un joven gordo, tan gordo, que no podía ni caminar. ¡O sea mórbido total! ¡Mira que las mentes llegan a ser retorcidas!
Por ejemplo su hermano mayor,  Ordoño,  el hijo guerrero y pródigo, querido y admirado de su padre, casó con la hija de sus criadores. No es que fuera un cerdo con casa de paja, ya lo sé, pero para el caso, casi daba lo mismo, en la boca del lobo estaba metido. Urraca se llamaba, como las pájaras inteligentes, que vuelan alto. Esa sí, supo ganarse los favores de victimas y cazadores, como Caperucita, y llegado el momento ¡zas! Se cubrió, y dejo que todo tomará matices de rojo sangre, ¿qué se podía esperar?
Muerto el suegro, muerta la rabia, ¿creíais? ¡Claro qué no! Aunque fuera por causas naturales, el hombre estaba arto de estorbar.  Sé unieron en liga Fernán, Sancha, Urraca y Toda ¡la que faltaba! Claro está. La abuela materna, reina de Navarra, "maléfica" como ninguna, que quería como reí de León a su nieto el morcillón burgalés, por encima del hermano, que no guardaba ni hilos, ni lazos consanguíneos con ella. Pero el ofendido Ordeño planto cara a su familia política y venció por el momento, repudiando a la pájara, para casarse con otra mujer más cantarina, que sin pretenderlo lo dejo seco en dos años, y lo tuvo que enterrar.
Agosto del 955 fue el mes en que Sancho el Craso por fin comenzó a gobernar en León, "por primera vez". ¡Habéis leído bien! Raudo y veloz como tortuga rompió relaciones con su infame tío, que no tardo ni un segundo en volver a urdir sus trampas cual coyote, alegando que el rey novato, como la cucaracha, ya no podía caminar, y que le faltaba una colita traviesa para poder engendrar. Y echo mano de su nuevo yerno, otro Ordoño, primo carnal este del gordo regente Sancho, que no podía hacerle frente, ni siquiera  mirarlo a la cara, ya que la relación entre sus padres había sido peor que la de Caín y Abel. El hermano no tan bueno abdicó en favor del bien común y  el hermano tan malo asumió el poder, encerrando al que llevaba la sangre de su sangre en una mísera celda, tras dejarlo ciego, y sin esperanza alguna. ¡Qué falta de escrúpulos, de verdad! No me extraña que el árbitro celestial, en esta ocasión tomara partido por los no tan nobles, debía de andar la mar de confuso.
Sancho tras perder el trono se refugió con su abuelita en una casita que esta tenía en los bosques de Pamplona. Lloró y refunfuño hasta que todos los enanitos mineros quedaron artos, y decidieron enviar emisarios al sur. Donde existía un reino dorado, bajo el mandato del califa Omeya, Abderramán III. En el que se obraban verdaderos milagros en los centros de adelgazamiento. El califa viendo las posibles ventajas de promoción en una alianza con Sancho le envió a su mejor especialista, para que le tomara las midas, en todos los sentidos. El médico que era un fenómeno le recetó unas vacaciones bajo su supervisión en la ciudad de Córdoba, pero lo que no sospechaba el desdichado era que nada más llegar le iban a coser la boca como a los burdos espantapájaros. Todo lo comía por pajita, era masajeado sin cesar y obligado a caminar durante horas. En su tiempo de asueto lo ponían a remojo para dejarlo maleable. ¡Torturas muy en boga con los años! Que sin duda obtienen un alta eficacia. La buena cuestión es que quedó hecho un príncipe azul, y con fuerzas encontradas, se dirigió de nuevo hacia su destino, logrando otra vez la corona de León.
Casóse con una dama muy mona y la regalo dos hijos con su nuevo vigor. ¡Quedaba pues asegurada la descendencia! ¡Ya era un hombre!  
Pero un día surgieron nuevos enemigos, esta vez de tierras galegas, y como feroz león los enfrentó, tras lo cual pidió pleitesía y acto de rendición. El conde Gonzalo le dio a Sancho I de León una manzana, por eso de favorecerle el régimen y mostrarle buena voluntad. ¡ Pero nada más lejos! Era como la madrastra disfrazada de ancianita, solo que con armadura y espada. No hace falta decir que nuestro pobre coronado murió, y en este cuento basado en hechos reales, sin remedio alguno.

#zenda #UnahistoriadeEspaña

     



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