Me miró fijamente, sin comprender
porque lloraba.
—Es Navidad —le contesté.
—¿No deberías estar feliz? —Clara
es muy curiosa. Nunca se cansa de preguntar.
—Las personas que me daban ilusión
se fueron.
—¿Entonces, yo no te doy nada?
—Claro que sí, tú me das
dolor de cabeza —conteste con el gesto
cambiado, de broma.
Desde entonces no ha vuelto a
hablarme, y eso que ya acaba el año. Pero intuyo, que para Reyes, me va a
perdonar.