jueves, 28 de enero de 2021

MADRE

 

Justo ayer perdí a mi mejor maestra, pero no creías que fue profesora ni albergó vocación educativa alguna. Era una niña de noventa y tres años, que un tiempo, no tan lejano, había sido mi madre.

Tenía una caligrafía esbelta y elegante, que yo buscaba imitar y garabateaba sin conseguir su gracia.

Recuerdo bien la época de las primeras divisiones. Se le daban tan mal o peor que a mí, pero erre que erre ella me hacía descifrar el cociente con perseverancia, repartiendo las horas entre los deberes de casa y los que yo le imponía con mi torpeza.

Hubiera sido una buena antropóloga; conocía a todo hijo de vecino, sus características, anhelos y peculiaridades, porque se interesaba por la gente, sabía cautivarla con sus historias del pasado.

Vivir la guerra civil la marcó.  Aunque su hogar se encontrara en un lugar apartado de la mano de Dios. Más de una vez me contó como vio arder a los santos de la piedra, el día en que unos desdichados encendieron la iglesia. La misma que sirvió de escenario para su boda y mi bautizo tras las décadas pertinentes. Ella me enseñó con paciencia el Ave María y el Credo, para luego enumerarme, irónicamente, los muchos líos de faldas que había tenido don Miguel, el párroco. Era su forma de mostrarme la hipocresía del ser humano. Tan de Ciencias y Astronomía, tan de sucesos míticos y Astrología.

Sietemesina nacida bajo el signo de sagitario, malcriada como pocas, por padres, esposo e hija, se dejó querer mientras ofrecía su amor egoísta.

Como ella decía: «Siempre hice lo que tenía que hacer».  

Esa fue su mayor enseñanza.

 

#Zenda      #MiMejorMaestro

 


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