En
aquel lugar no estaban las ninfas Hesperetusta, Egle y Eritia, hijas del titán
Atlas, ni tampoco su mejorado sustituto, Ladón el dragón de múltiples
cabezas, guardián del manzano, cuyo frutos eran de oro. El jardín de las
Hespérides que había ante sus ojos no era el de la diosa griega
Hera, pero si le apetecía perderse en él. Una vez más estaba en su hermosa
Valencia, la que no dejaba de sorprenderla.
Aquel paseo por los
jardines, entre naranjos , limoneros y de más cítricos se había
convertido con los días en una obsesión. La causante de tal era aquella bella
capilla o pequeña iglesia que pertenecía al complejo jesuita del centro Arrupe
.
En un primer momento
comenzó a investigar sobre el Papa negro, como era conocido Pedro Arrupe,
impulsor máximo de los cambios en pos de la modernidad en la orden
fundada por San Ignacio de Loyola, San Francisco Javier y Pedro Fabra. Su
historia la intrigaba, pero se decantó por seguir su instinto y averiguar
más sobre aquella capilla que estaba rodeada de un halo de misterio, que
la tenía capturada .
Llamó por teléfono al
centro para asegurarse que podía asistir libremente a la misa de los Domingos,
nada mejor que verla de cerca y por dentro para saciar su curiosidad.
No le importaba asistir
a una eucaristía más en su vida, era mucho tiempo sin creer en la Santa Católica
y apostólica iglesia Romana, pero nunca perdió su fe. Sabía de sobre que
algo supremo velaba por su integridad .
Entrar a la Iglesia la
lleno de aquella sensación de paz y comunidad, que había experimentado tantas
veces, lástima de haberse topado con un párroco tan hipócrita y mezquino
en sus tiempos de seglar. Siempre pensó que acabaría tomando los hábitos, pero
Dios le enseño que había más caminos para estar con él, muy duramente.
El interior de la
estancia religiosa le recordó en cierto modo a la famosa
Santa María in Cosmendin de
Roma. El estilo Bizantino es muy peculiar y hermoso, no muchas
capitales occidentales europeas que puedan presumir de una iglesia de
esta tipología.
De pronto vino a su
memoria la boca de la verdad y esta le susurro al oído el nombre la
obra de Matilde Asensi, el último Catón. ¿Cuánto tiempo habría
pasado escrudiñando los secretos de Santa María la excepcional
escritora? ¿La habría visitado realmente?
Se sintió
orgullosa de estar cumpliendo la regla de oro de un buen escritor: «Nunca
inventes más de lo necesario», primero hay que documentar, investigar y
verificar. La imaginación ya volará a su tiempo.
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