lunes, 11 de junio de 2018

BAJO BANDERAS




Gabriel Espinosa se tambaleaba, con el vaivén del barco, el sueño todavía lo perseguía, mientras asimilaba en su sesera la gran fortuna que habían tenido en esta toma de asuntos ajenos él y sus compinches, no siempre la información conseguida, poseía la importancia de la lograda en aquesta ocasión. Había pasado la noche precedida al embarque trotándole el anca a una daifa de pelo rojizo, en una mancebía cercana a las aduanas, qué mejor que despedir comanda jodiendo pues a madre o hija del enemigo.

Londres era una ciudad con demasiado empapamiento para sus huesos y se alegraba de haber emprendido camino hacía las más soleadas tierras españolas. Lejos quedaban los largos viajes llevados a cabo en su juventud, donde pudo conocer horizontes más lejanos, sus días en la Florida protegiendo los intereses de un comerciante cordobés, a la vez que su persona, eran los que más añoraba. Fueron muchos años sirviendo como bravo a Don Fernando Ríos en aquellos disímiles y salvajes parajes, no era un lugar tranquilo, la tribu Tequesta ocupaba aquellas tierras que los conquistadores quisieron rebautizar como bahía Vizcaína, eran escasos   y de arrestos los occidentales que decidieron buscar suerte en aquella latitud. Con el transcurrir de los años los continuos ataques de los ingleses que deseaban hacer suyo cuanto pisaban o dejaban de poseer, hicieron muy difícil sacar provecho alguno de su estancia allí, al arriesgado comerciante y su fiel hidalgo de ofició de valentía.  Así pues, llegó el momento de entregarles aquel incierto paraíso a las casacas rojas, tras el acuerdo de París el 10 de febrero de 1763. Aquello había significado muchos cambios tácitos en la vida de Gabriel.  Tuvo que volver al viejo continente junto con su patrón, el cual quiso la mala suerte que muriera durante la travesía, de unas malas fiebres.  Así que Gabriel a sus veinte años bien pasados se vio en la altura de encontrar otra ocupación, acostumbrado a la acción y a unas ciertas comodidades mínimas, decidió ingresar en el ejército de su ilustrísima majestad Carlos III.

Nunca se sabe si caer en gracia es igual o mejor que ser eficaz. Tras no mucho tiempo y más que suficientes demostraciones de sus apropiadas y astutas habilidades, acabó formando parte de la amplia red de espías que trabajaba bajo la supervisión del Marqués de La Ensenada, Don Zenón de Somodevilla, él y sus maquiaveladas eran más que respetados a la fuerza en toda la patria.

Viaje concluido, desembarcó veloz y a la montura de un trotón marcho rápido, cuánto antes soltara las perlas de su boca antes sería recompensado.  Cuando el de la Ensenada obtuvo la información transmitida por Gabriel, no dudo en compartirla con el Conde de Floridablanca, a pesar de sus más que pregonadas discrepancias, él sabía que Don José Moñino estaba a favor de una política enérgica contra Inglaterra y había que aprovechar al máximo la ocasión que se presentaba. El rival no lo es, si por ventura te ayuda a guardar la espalda.

Gabriel con su comanda concluida, de momento , quedó más que contento, al saber casi con certeza que  sus averiguaciones iban a servir para ayudar a los revolucionarios  norteamericanos  que luchaban  contra los ingleses,  nuestros  enemigos  históricos más aborrecidos, después  de la derrota  sufrida por la Armada invencible a principios del mes de agosto 1588 .Él sentía sin pretenderlo gran cariño por las tierras del otro lado del charco y estaba convencido de que a sus habitantes les iría mejor sin tener un rey a quien servir, no renunciaba al suyo, pero sabía cómo hombre más que vivido  de las ventajas de tenerlo lejos. Y más en una tierra que en verdad albergaba tantas identidades diferentes conviviendo a las duras y maduras juntas, y sin rejuntar, aunque sin mezclarse por ventura, ¡Pardiez, eso hubiera sido una barbaridad!



Unos pocos meses después, un doble convoy de navíos ingleses más orgulloso que livianos, partió desde el puerto de Portsmouth, para avituallar a las maltrechas tropas de ultramar acuarteladas en las Antillas que luchaban en la postrimería de la Guerra de Independencia estadounidense y ayudar en la costosa labor de la colonización de la India y sus territorios.  Las ordenes eran que cada cual siguiera su ruta llegado el momento, formaban una poderosa flota con más de trescientos cañones, había mucho que proteger, a parte de los intereses de la protestante corona.

No sé si por azar o destino, retorno a ser protagonista del conflicto entre los de aquí y allá un 9 de Agosto , en este caso de 1780. El Santísima Trinidad, Escorial de los mares, buque insignia de la Armada Española estaba bajo las órdenes de Don Luís de Córdoba veterano marino de más   setenta años que con ellos y todo era el más indicado para ocupar el puesto de director general de la armada, pues la valía no es razón de las que engaña. Este mandó virar el rumbo para encontrarse de frente con el escondido por las brumas convoy inglés, varias de las fragatas adelantadas a barlovento le habían hecho entender con sus cañonazos que el enemigo se acerca, despistado de todo mal. La orden fue tan de ingenio como clara, un farol fue encendido en el alto palo de trinquete y una tras otra las naves de su graciosa majestad Jorge III rey de Gran Bretaña e Irlanda fueron acudiendo hasta el Santísima Trinidad, como las moscas a la miel. Contando con la añadida fuerza de 27 navíos españoles y la ayuda de una flotilla francesa formada por 9 navíos y una fragata, más que suficientes instrumentos de escarmiento  para el rival, que no los esperaba.

La Royal Navy sufrió el peor ataque logística de su historia. Tan solo en arduo y largo día de batallar la Armada española había capturado 37 fragatas, 9 bergantes, 9 paquebotes por valor de más de 600.000 duros, que portaban 1692 hombres de equipaje, 1159 hombres de tropa y 244 pasajeros, entre ellos hombres de influencia. También se incautaron grandes cantidades de pólvora, uniformes y avituallamientos para miles de soldados. El botín en cuanto a oro se refiere fue extraordinario, alcanzando un valor de más de un millón de duros. Como no, la bolsa de Londres cayó tras la gran captura, incrementando así la más que merecida alegría de la victoria. No hubo duda de que Dios ese día estaba de nuestro lado, y habría que darle las gracias con tesoros y rezos.


El 20 de Agosto don Vicente de Doz y Funes jefe de escuadrilla de la Real Armada Española llegó al puerto de Cádiz con las presas y el botín obtenido en la gloriosa batalla, más de una razón había para el regocijo en la ciudad. Gabriel atraído por las recientes noticias acudió a la Tacita de Plata a celebrarlo a su manera. Pronto debería partir con una nueva misión, pero antes quería recrearse en el logro que creía tan suyo como de los otros marinos y soldados. Ensimismado en sus recuerdos, veía descargar los navios con el botín, mientras tomaba unos tragos de vino caliente en las mediaciones de los muelles del puerto de Santa María. En aquel momento deseó sobrevivir a la muerte en sus andanzas con más fuerza que nunca, para poder pasado un tiempo volver a aquellas tierras lejanas donde acaecido su juventud, incluso en permuta como a tal viajar más al norte, cierto era que, con su labor, aunque indirectamente estaba ayudando a formar una nueva nación, de la que no le importaría en absoluto ser poblador. Al fin y al cabo, la libertad es de quien la busca, no de quien la encuentra, y Gabriel no se sentía atado a nada ni nadie.








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