lunes, 11 de junio de 2018

HUERTO DE ROMERO




                                                                                                                                                                Juan Bautista Romero Concha era mi nombre. El amor paternal que recibí, me preparaba un brillante porvenir.  Yo fui la esperanza y felicidad de mis padres, su mejor motivo para sonreír, su único y bien amado hijo, tras la muerte prematura de mis dos hermanos.
Pero la providencia en sus altos juicios probó su virtud arrebatándome a mí también la vida, por caer en mala gracia a los hermanos de mi amada, que sin pensarlo, no dudaron en asesinarme sin más, a mis veinte años recién cumplidos.
¿Qué iba a ser ahora de una de las mayores fortunas de Valencia, obtenida de la sedería? En una España aún convulsa por la no tan lejana guerra contra los Carlistas. Y a mí que más me daba. Yo solo podría  sufrir por mis padres, que prácticamente enloquecieron de pena y ahogaron sus lágrimas en el trabajo y la reclusión.
Llegó el aniversario de mi muerte y se celebraron unas multitudinarias misas fúnebres en la parroquia de San Martín, por mi descanso y paz eterna. Acertadamente fueron acompañadas por la música de Mozart, de la que tantas veces disfruté en mis horas de asueto.
Inmediatamente después de aquello, la pena se encarnó en compasión y comenzaron a obrarse maravillosos hechos en mi nombre y por mi memoria.
Era mi padre un hombre honrado y sabio, hecho a sí mismo, afortunado empresario, por su buena cabeza; hasta el punto de ser nombrado senador por la Reina Isabel II y ennoblecido por esta con el título de marqués de San Juan. Y fue este y su esposa Mariana, mi amada madre, los que encargaron construir   al ya creador de nuestro panteón familiar, su gran amigo Sebastián Monleón, un hermoso huerto con casita al estilo francés.  Él sabía de sus gustos y preocupaciones, era compañero de sus causas, como la protección   y ayuda económica que mis padres prestaban al Hospital General. Hasta el punto de llegar a promocionar la construcción de la actual plaza de Toros de Valencia, adelantando sus dineros, para que luego los beneficios obtenidos fueran a parar al mismo hospital, donde eran atendidos los vecinos más necesitados de la ciudad.
Antes de sus últimos años lograron crear su propio Asilo de San Juan Bautista o Romero y el proyecto del Hospital de santa Ana junto a él, acabado años después.
Fueron erigidos en el Paseo de Petxina, junto a otros edificios de la época dedicados al bien estar de los conciudadanos; entre ellos la Beneficencia y el Asilo del Marqués de Campos. Hoy lo que queda de ellos se transformó en Universidad Católica, museos y de más.

Pero no penséis que me he olvidado de mi huerto, pues a mi memoria está dedicado, aunque de huerto pasará a ser Jardín de Romero, por la belleza adquirida con los años. Mi padre no escatimó en absoluto para hacerlo digno de mí. Fue dotado con galerías, estanques, conjuntos escultóricos mitológicos, arboles exóticos traídos de todas partes del mundo ; incluso en uno de sus viajes a Madrid por ser él político , adquirió los dos  leones originales  del Palacio de Congresos, que aún no habían sido ni colocados en su escalinata; quizás fueron esculpidos con porte  demasiado joven para tal lugar y así es como desde entonces guardan  mi jardín ,   frente a las estatuas de  a la diosa Hebe y su cáliz,  portadora de la juventud  y la Musa Clío, sabedora de Ciencia e historia , que habitan en la fachada  de entrada al jardín  de mi palacete, que fue más que casa .
Gusto de saber que de seguro allí hubiera sido feliz entre mis leones, mi musa y mi diosa, a la que honro con mi eterna juventud. ¿Qué más puedo decir? Esta es mi historia, que lo fue porque yo ya no estaba, pero sin mí no hubiera sido. Acordaros de mi cuando veías una corrida de Toros en Valencia, cuando paseéis por el barrio de Petxina y sobre todo cuando vayáis a mi querido jardín, recordad que fue por un Romero, aunque ahora lleve el nombre de Monforte.  




No hay comentarios:

Publicar un comentario