martes, 19 de junio de 2018

DOCE A MALTA




A pesar de la corta excursión, el balón no quiso esconderse demasiado de la vista, había bajado ladera abajo sin rumbo fijo; su piel ya se encontraba ajada, a causa de las largas horas pasadas al Sol y los numerosos chutes recibidos, unos pocos roces más no lo estropearían demasiado. Paró enfrente de un gran rellano, junto a él se encontraba una pequeña cabaña de vacaciones: madera oscurecida, puerta redonda, ventanas bajas y, sin luz. Parecía abandonada, al menos vacía, libre de inquilinos. Roberto cogió la pelota, y volvió sobre sus pasos, que lo llevaron al campo de fútbol que habían improvisado los niños del campamento, allí le estaban esperando sus amigos.
            A pesar de ser capitán del equipo, no tenía en su haber el récord de goles de aquel verano y, eso le dolía en su orgullo, a sus quince años quería ser el mejor, le encantaba aquel deporte que, había practicado durante tantos años, los recuerdos de infancia que más regocijo le proporcionaban, pertenecían a largas carreras, que acababan en la porterías del campo, bien protegiendo la propia, como atacando la de los contrarios. Los lances largos eran su especialidad, pero en el partido que se jugaría aquella semana, contra el equipo en el que competía su amigo Julio, que era ayudante de los monitores de un campeonato vecino; quería desmarcarse y ser él el protagonista, marcar tantos goles como pudiera. Así que dejó dadas las instrucciones necesarias a los chicos para que lo ayudaran a chulearse ante su amigo, que siempre presumía. Aunque, con simpatía, ante él.
La mañana anterior al partido, bajó de nuevo la ladera y decidido entrenarse solo en el llano que había frente a la cabaña, así, podría utilizarla como portería, sin temor de que al rebotar  la pelota marchará lejos; chuto una vez tras otra, centrando su puntería en la puerta, no debía sobrepasar el punto de las ventanas. _ ¡crack! ¡ crack! _ se oyó de repente, pero Roberto, no cesó en su empeño. _ ¡crack!_ se volvió a oír, aún así, él siguió. _ ¡crack! ¡crack!
¡crack!_ se oyó hasta doce veces, y entonces, paró  de repente y gritó _ ¡Doce a Malta!
Los cristales de las ventanas, estaban desparramados, por fuera, por dentro de la casa; pero Roberto solo podía pensar en sus doce goles. Mañana iba a ser un gran día, no tenía duda alguna; ya ajustaría cuentas con la cabaña, tampoco era un chico tan despreocupado.


1 comentario:

  1. Qué recuerdos en la Eurocopa. Cuando España marcó 12 goles contra España en 1983...

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