Tecleo sin cesar, palabras, que brotan de
mi mente, incesantes, caprichosas, como un torrente inagotable, difícil de
dominar.
El protagonista habla a través de mis dedos,
ellos le ponen voz a sus pensamientos. Es un personaje oscuro, de los que
esconde mucho más de lo que se debe. Se cree con derecho a dominar los
acontecimientos y, no sabe que los hechos son según el nudo y no obedecen a su
voluntad, ni siquiera a la mía.
Su compañera en la escena me tiene
encandilado. Velo por ella a cada momento. Quizás la cree con parte de
mis ensueños y por ello no acaba de resultar creíble. Es una criatura tan
sumamente deliciosa que él la codicia cada vez más.
Me resulta difícil introducir otros
personajes, ellos tienen tanto de qué hablar, sitios por recorrer y golpes que
esquivar, que debería dejar que se cubrieran de caricias. Para ser sincero les
tengo envidia, son seres más reales que yo misma, que ya no concibo mi existencia sin
ellos.
Se conocieron de forma extraña, él acababa
de despedir, para siempre, a su por aquel entonces pareja y ella no tardo
ni cinco minutos en aparecer delante suyo. En aquel muelle del puerto. Llevaba
un lienzo, acuarelas y pinceles en su ridículamente pequeño bolso, todo
sobresalía y parecía caer. Su mirada se perdía en el mar, como buscando una
imagen idílica que inmortalizar. No tan lejos se divisaba el barco, ese en el
que se suponía que marchaba la única que podría ser su rival, en un futuro
junto al hombre que la observaba en aquel mismo momento. Él no pudo evitar
encontrar inadecuado y reprochable el tamaño de aquel bolso, no le gustan las
cosas que no casan, es purista de la perfección. Pero no tardo en subir la
mirada hacia la mujer que lo sostenía. Sin duda ella sí estaba modelada
con el máximo esmero. Lástima que su corazón aún tuviera que guardar un tiempo
de luto, no se puede matar el amor sin más.
Buscando un escenario para la trama
vivida por mi protagonista, fui a parar a un antiguo convento, hoy
convertido en lugar de culto al ocio. No había mejor lugar para empezar un
final.
Ellos por su parte tras su primer lienzo
en blanco, tomaron una café detrás de otros. Los días pasaron, también los
meses, y las tazas se convirtieron en copas de vino, durante sus cenas, sus
almuerzos y escapadas.
Mi soñada Estefanía daba color a la
extraña relación, con su forma de ser, y sus pinceles. Guillermo, mi álter ego,
la trataba como a uno de sus bellos y originales cuadros, acompañándola de
lejos, sin atreverse a tocarla, por el gran valor que quizás él le
otorgaba. Ella era una verdadera artista, disfrazada de fragilidad y
dependencia. Cosa que él aprovechaba para sumirla cada vez más en su mundo. Tan
solo existía un problema, y este era el de siempre, su rara forma de obtener
realmente placer. No le quedaba más remedio que encontrar aquel día y en
aquella exposición, en la antigua capilla, al tercer miembro de su
particular visión, pues su lujuria lo pedía a gritos.
Hubiera dado lo que fuera por poder ser
yo, irónicamente, en carne hueso, el nuevo y necesario personaje, ¿o tal
vez lo estaba creando para sentirme él? Daba lo mismo.
El desenlace estaba apuntó de llegar.
Guillermo estaba casi seguro de que Estefanía, cedería a sus peticiones, aunque
no hubiera oído nunca la palabra mixocopia, ni supiera su significado, ni
sentido...era lo que había, si pretendía seguir con él.
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