La Navidad sin duda es la época de más trabajo para los duendes
hacedores de deseos, pero debo incidir en un hecho que pocos conocen. No todos
somos iguales, los hay que son trabajadores incansables, que crean con sus
propias manos los objetos más variados e innecesarios, pues los de primera
necesidad ya son recolectados por las hadas, en sus granjas de útiles,
comedores de bosque y castillos de enseñanzas.
Mi don es diferente al de todos los demás, con un sólo chasquido hago
posibles los sueños, de niños y niñas que lo merezcan. El gran problema de
estos tiempos es que su nivel de aceptación es muy bajo, ya nadie o casi nadie
cree en la magia de los sentimientos. Es una verdadera lástima no poder
desarrollar el potencial con que fui obsequiado por culpa de la
incredulidad.
Pero estoy dispuesto a recorrer todos los mundos para cumplir mi
misión. No me rindo fácilmente, ni tampoco olvido mis misiones. Por eso
llevo una púa clavada en el costado. Casi todos tenemos historias inacabadas en
nuestro haber, a las que no encontramos solución en su momento preciso, pero a
la que le hemos dado más de mil finales felices en nuestra conciencia. La mía
lleva nombre de niña, Erina, dulce y traviesa a la vez, capaz de estar triste y
efusiva en un mismo instante. Algo difícil de conseguir, para una criatura tan
pequeña e instintiva.
Quería salir de la profunda cueva en la que vivía con su tribu.
Sus padres no conocían otro lugar y se conformaban con ello, pero ella era
diferente, había nacido con el afán de escalarlo todo; primero se ayudó del
largo pelo de su padre para trepar por su espalda, luego del rabo de su perra
Latí para montarla y más tarde quiso subir por las rocosas paredes
enganchándose a las lianas de los árboles de miel. Estos son de corteza dulce
como sus frutos, resbalosos por todos lados, húmedos reposteros de la
naturaleza, no desean ser utilizados por los miembros del clan del Quinto
pueblo, ellos no fueron los que los plantaron, no entienden nada de sus
cuidados, necesitan mucho mimo, por eso son tan especiales, casi los miembros
principales del jardín de los Elfos. Quizás por eso son una variedad orgullosa.
Segregan miel y más miel cuando los subterráneos pretenden alcanzarlos,
negándoles la oportunidad de servirles de puente entre mundos.
Erina pertenece al planeta subterráneo, mas nunca le gustó no poder ver
las estrellas de las que sus mayores le hablaban. También le contaron
alguna de mis legendarias aventuras. Como yo siempre conseguía complacer a
mis apadrinados. Pero deseos no son sueños, y no hay que confundirlos.
Ella realizo el ritual de petición en la forma que le indicaron; siete
vueltas en redondo, tres invocaciones, un gran salto y listo. Yo, aparezco sin
más dilación, sin nombre, con mi puntiagudo gorro colorado, oigo las fases,
chasqueo y el milagro se produce. Un barco que surca el mar con Andrina a
bordo, garras de tigre para Fedegar, amor consentido entre dos
incomprendidos.
Pero jamás me permitieron ayudar a nadie a traspasar fronteras, ni
siquiera yo me lo había planteado hasta entonces, Erina fue la primera en
desearlo frente a mí, en voz alta, en su propio idioma, que tal vez no me
fuera tan extraño, estoy seguro de que lo hable en otra vida. Me sentí confuso,
afligido ante aquella situación injusta, todos deberíamos tener los
mismos derechos, ya que tenemos los mismos deberes. Dar la esencia de nuestra
vida al Universo convexo, somos su multiforme alimento, en un sistema de
creación reciproco.
Igual solo eran trabas, trampas para ponernos a prueba, a veces los
seres supremos se empeñan en complicarnos la existencia. Por ello he
llegado a esta conclusión, tras divagar sobre mis mil posibles soluciones
felices, para el deseo de Erina. Aquel día solo supe pronunciar "Es un
imposible, no puedo chasquear para ti".
Han pasado más de diez años de sombras y esas palabras aun retumban en
mi mente, removiendo mis sentimientos, trastornando mis poderes, añadiendo
la posdata de cobarde a mi actitud. ¡Cuánto ego para un ser tan anormal! En vez
de centrarme en regalarle la visión de las estrellas a mi apadrinada,
aunque solo fuera por un minuto.
Hoy pasa cerca del planeta de superficie el cometa más brillante que se
conozca, estoy seguro de que es una señal. A pesar de que Erina nunca volvió a
pedirme nada, voy a chasquear fuerte y rápido para ella. Voy a concederle
un árbol de miel volador, que no se encuentre en tierra de nadie, que se sienta
tan unido a Erina, que la lleve hasta el gran pedazo de cielo que merecen los
del clan del Quinto pueblo, siempre inmortal a su servicio, leal como mi recuerdo
hacia ella.
―Al final el Duende chasqueador cumplió, padre, por fin voy a ver las estrellas. Tengo mi propio árbol de miel ¡y no resbala tanto!
― Nosotros, si queremos ver una, tan solo nos basta con mirarte a ti.
#zenda. #cuentosdeNavidad.
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