En realidad no digo que fuera un sueño, al menos corriente.
La supervivencia nos convierte en monstruos, y a veces los sueños
se invierten, creando pesadillas.
Conducía despacio. Estaba a punto de tomar la salida habitual de la
autovía, para llegar hasta casa. Pero de pronto vi que el acceso estaba
cortado. Desvié el volante y pare el vehículo en seco, sin preocuparme de
nada más. No tan lejos mío, había una especie de altar
improvisado, con flores y tarjetas, en homenaje a algún difunto. Junto a
este, triste y desmayado, medio dormitaba un perro color marrón
rojizo, de pelaje rizado y tamaño más que considerable. Delante suyo había un
cartel en el que se podía leer: «De hoy en adelante quedo al cuidado de quien
se apiade de mí». De inmediato me sentí obligado a recogerlo y hacerme cargo
suyo. Tenía la sensación de estar en deuda con el que fuera su dueño.
Bajé del vehículo, me acerque, y pude observar que en realidad no había un solo
perro sino dos más. Tres en total. Entonces pensé que se me estaba colocando
ante una prueba de generosidad. ¿Qué iba a hacer? ¡Llevármelos sin más! Medite
el tiempo justo y fui a por ellos. No me importaba su raza o situación, tan
solo demostrarme a mí mismo lo altruista que era. No obstante hubo algo que
llamó mi atención sobremanera. ¡Detrás suyo yacía un cadáver! El luminoso altar
se convirtió en cueva sombría, y de ella salieron unos individuos,
con mal aspecto, que no tenían otra intención más que asesinarme. Me di
cuenta rápidamente de que todo era una trampa, Qué esos indeseables estaban
cazando personas, y los perros eran su cebo. Pensé en marcharme, pero sabía que
no llegaría ni siquiera hasta el coche, que ya tenían en su poder. Y de pronto
no me quedo otra acción más que unirme a ellos, convertirme en otra
aberración humana. ¿Dónde quedaba todo lo bueno que había en mí?
No hay comentarios:
Publicar un comentario