viernes, 7 de junio de 2019

PENITENCIA




Siempre ando con prisas, pocas ocasiones tengo para rezar a mis santos. Pero pasar por la iglesia y no entrar, para mí, es pecado. Un Ave María a la Virgen no cuesta nada de recitar.
Aquel día abrí la puerta, y el recinto estaba casi a oscuras, solo unas pocas velas lo iluminaban. No me hizo ninguna gracia, pero tiré para dentro. Me dirigía hacia el altar, y de pronto noté como caía en un agujero excavado en el suelo. Mi miedo, irracional, por las imágenes sagradas no me dejó fijarme en el mal paso que daba. ¡Castigo de Dios! 


DE AHORA EN ADELANTE


               En realidad no digo que fuera un sueño, al menos  corriente.
    Conducía despacio. Estaba a punto de tomar la salida habitual de la autovía,  para llegar hasta casa. Pero de pronto vi que el acceso estaba cortado. Desvié el volante y pare el vehículo  en seco, sin preocuparme de nada más. No tan  lejos  mío, había una especie de  altar improvisado, con flores y tarjetas, en homenaje a algún difunto. Junto a este,  triste y desmayado, medio dormitaba  un perro color marrón rojizo, de pelaje rizado y tamaño más que considerable. Delante suyo había un cartel en el que se podía leer: «De hoy en adelante quedo al cuidado de quien se apiade de mí». De inmediato me sentí obligado a recogerlo y hacerme cargo suyo. Tenía la  sensación de estar en deuda con el que fuera su dueño. Bajé del vehículo, me acerque, y pude observar que en realidad no había un solo perro sino dos más. Tres en total. Entonces pensé que se me estaba colocando ante una prueba de generosidad. ¿Qué iba a hacer? ¡Llevármelos sin más! Medite el tiempo justo y fui a por ellos. No me importaba su raza o situación, tan solo demostrarme a mí mismo lo altruista que era. No obstante hubo algo que llamó mi atención sobremanera. ¡Detrás suyo yacía un cadáver! El luminoso altar se convirtió en cueva  sombría, y de ella salieron  unos individuos, con mal aspecto, que no tenían otra intención más que asesinarme.  Me di cuenta rápidamente de que todo era una trampa, Qué esos indeseables estaban cazando personas, y los perros eran su cebo. Pensé en marcharme, pero sabía que no llegaría ni siquiera hasta el coche, que ya tenían en su poder. Y de pronto no me quedo otra acción más  que unirme a ellos,  convertirme en otra aberración humana. ¿Dónde quedaba todo lo bueno que había  en mí?
  La supervivencia nos convierte en monstruos, y a veces  los sueños se  invierten, creando  pesadillas.

martes, 4 de junio de 2019

EL LEÑADOR



                            

Llevaba  un hacha en la mano,  lo que le confería más aun un aspecto de rudeza. Sus músculos marcados no dejaban duda de que sabía manejarla dicha herramienta con destreza. Una vez fijado su objetivo, comenzó a golpear la dura corteza. En esa ocasión le había tocado en suerte talar un pino torcido, que corría peligro de derrumbe, ante cualquier inclemencia climática. Golpeó una y otra vez, con todas sus fuerzas,  hasta que logró hacerlo caer en el suelo, con un estruendo, quizá, demasiado sonoro. Ni era tan grueso, ni tenía tanta altura. Además gran parte de su tronco era hueco, de una manera inhabitual. Lorenzo, se arremango en extremo,  como quien acepta el desafío que le es concedido, bien por la naturaleza,  o Dios sabe por quién.  Reanudó su labor con el troceado en partes equitativas del recién caído. Una tras otra iban quedando expuestas ante él, hasta llegar a la sección más fácil,  la que poseía esa falta de madera en su interior. Pero al intentar corta de nuevo en profundidad el árbol,  la hacha no penetró. Había algo obviamente duro que se lo impedía; a la par que resonaba con tintineo. El muchacho se acercó expectante, y tras inspeccionar el cóncavo espacio, se dio cuenta de que no estaba vacío. En su interior brillaban multitud de alhajas, relojes y abalorios. Seguramente fuera el botín acumulado, a lo largo de los años, por algún malhechor local; negligente sobremanera, y cuyo escondite ahora quedaba al descubierto. Sacó unas bolsas de la furgoneta y comenzó a traspasar el tesoro encontrado, para así hacerlo suyo. Podría decirse que Lorenzo, el leñador, era un hombre afortunado.