jueves, 28 de enero de 2021

NUESTRA HISTORIA


     Me debatía entre ser sincera o contaros un cuento, pues la verdad es que tuve muchos profesores malos y pocos maestros buenos, ¿pero qué serían los unos sin los otros? Al no poderlos comparar.
     Aunque ahora que lo pienso, hubo uno que destacó entre todos, por su empeño, sensatez y atractivo.
     Yo era una chica de dieciocho, que trabajaba por las mañanas y cursaba COU por las tardes, con el tiempo justo para estudiar por las noches, pues los fines de semana me los pasaba de fiesta, que era lo que tocaba y más durante los años de la ruta del bakalao siendo valenciana.
     Me encantaba la literatura, odiaba la física y sobrellevaba las demás asignaturas con más o menos dignidad.
     Él era un profesor treintañero, de ojos color miel, cabello castaño con raya al lado, dulce sonrisa y cuerpo intachable. Acababa de recibir un premio de poesía cuando se presentó a la clase y pletórico de orgullo nos animó a escribir unos versos, por eso de encontrar entre nosotros nuevos talentos a los que poder trasmitir su amor por las letras, a pesar de que tuviera que hacer horas extras fuera del horario escolar.
     He de decir que un principio no me lo tomé muy en serio, pero después de que algunos de mis compañeros leyeran sus textos en clase, me di cuenta de que mis relatos eran mucho mejores que los suyos, y decidí mostrárselos asolas, porque siempre he sido muy vergonzosa. Así fue como comenzó nuestra historia. Él reconoció de inmediato mi don y yo me dejé enseñar, aplicándome tanto en sus miradas como en sus métodos para mejorar mi expresión.
     En el último trimestre confirmé que estaba casado. Nuestras citas de los viernes por la noche acabaron mosqueando a su esposa, que harta de tantos escritos, se plantó un día en mi trabajo y me montó un numerito de novela.
     Jamás tonteamos, ni siquiera nos besamos, tan solo sentíamos admiración mutua. Aunque él era mucho mejor escritor que yo, todo un maestro, por eso le dio a nuestras clases particulares un final perfecto: Un hasta luego y nos volveremos a ver en las firmas, mientras te envío a formarte, reinventarte, con otra autora.
  

#Zenda    #MiMejorMaestro

MADRE

 

Justo ayer perdí a mi mejor maestra, pero no creías que fue profesora ni albergó vocación educativa alguna. Era una niña de noventa y tres años, que un tiempo, no tan lejano, había sido mi madre.

Tenía una caligrafía esbelta y elegante, que yo buscaba imitar y garabateaba sin conseguir su gracia.

Recuerdo bien la época de las primeras divisiones. Se le daban tan mal o peor que a mí, pero erre que erre ella me hacía descifrar el cociente con perseverancia, repartiendo las horas entre los deberes de casa y los que yo le imponía con mi torpeza.

Hubiera sido una buena antropóloga; conocía a todo hijo de vecino, sus características, anhelos y peculiaridades, porque se interesaba por la gente, sabía cautivarla con sus historias del pasado.

Vivir la guerra civil la marcó.  Aunque su hogar se encontrara en un lugar apartado de la mano de Dios. Más de una vez me contó como vio arder a los santos de la piedra, el día en que unos desdichados encendieron la iglesia. La misma que sirvió de escenario para su boda y mi bautizo tras las décadas pertinentes. Ella me enseñó con paciencia el Ave María y el Credo, para luego enumerarme, irónicamente, los muchos líos de faldas que había tenido don Miguel, el párroco. Era su forma de mostrarme la hipocresía del ser humano. Tan de Ciencias y Astronomía, tan de sucesos míticos y Astrología.

Sietemesina nacida bajo el signo de sagitario, malcriada como pocas, por padres, esposo e hija, se dejó querer mientras ofrecía su amor egoísta.

Como ella decía: «Siempre hice lo que tenía que hacer».  

Esa fue su mayor enseñanza.

 

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